lunes, 1 de agosto de 2011

La Semilla del Odio, Segunda Parte

Una época larga y oscura.

LA CIUDAD ALEMANA de Espira albergó en el siglo XI el primer gueto de judíos del que se tiene constancia.
Durante la Edad Media, los judíos se convirtieron en cabezas de turco de mil problemas. Su existencia pasó a depender no solo de la benevolencia de las autoridades, que con frecuencia toleraban los excesos del populacho como válvula de escape a las tensiones sociales, sino también del humor de sus propios vecinos, predispuestos a culpar de todo  mal a quien veían distinto. A la reiterada acusación de deicidio se sumaron la de profanar hostias consagradas y la perpetrar asesinatos rituales.
Se decía que los judíos raptaban a cristianos, cuya sangre, tras torturarlos, mezclaban con el pan ácimo para celebrar la Pascua. Es algo que ya quiso difundir Apión, gramático de la provincia romana de Egipto, en el siglo 1. El primer proceso por ese motivo se sitúa en la ciudad inglesa de Norwich en 1144, pero los casos se expandieron por toda Europa, como ocurrió en la localidad francesa de Blois en 1171 o, ya tardíamente, en la española La Guardia (Toledo), con un juicio en 1490. Estas sospechas, a las que las prédicas de los religiosos no resultaron ajenas, solían acabar con el asalto de las juderías y la consiguiente retahíla de saqueos y muertes.
El ambiente enfervorizado de las cruzadas estimuló el sentimiento de odio que los judíos concitaban, y del que fueron víctimas las comunidades por las que los caballeros pasaban en su marcha hacia Tierra Santa. Ello provocó una importante migración hacia Polonia y Lituania, y abundaría en la leyenda de que, a causa del deicidio, los hebreos habían sido condenados a vagar eternamente.
Para evitar los desmanes, el emperador Enrique IV proclamó la Paz Imperial a principios del siglo XII. En virtud de este edicto, ponía a los judíos bajo su amparo personal, aunque les prohibía llevar armas. Lo repetiría Federico II cien años después a cambio de restringir su movilidad. Dos siglos antes, en 1084, el obispo Rüdiger de Espira les había concedido su protección si aceptaban vivir en un barrio rodeado de muros que se cerraba por la noche. Es la primera constancia de un gueto, algo que proliferaría por toda Europa, con distinto nombre, antes de que se denominara de ese modo en la Venecia del siglo XVI.
Sin embargo, al margen de la violencia de origen religioso, existía otra mucho más larvada y no menos perniciosa. Una larga serie de prohibiciones, variables según el tiempo y lugar (como no poder ser soldados, ni abogados ni agricultores; no tener acceso a esclavos ni poder casarse con cristianos), condujeron a los judíos a la marginación social y a la especialización laboral. Por eso la mayor parte de sus comunidades estaba formada por comerciantes y profesionales, como artesanos y médicos, pero también por recaudadores de impuestos y prestamistas, dada la condena moral que pesaba sobre los cristianos que practicaban la usura. Más de una vez, algunos deudores aprovechaban los estallidos de violencia contra los judíos -si es que no los provocaban- para eliminar a incómodos acreedores. De la misma forma, reyes en apuros, como los franceses Felipe I en el siglo XI y Luis VII en el XII, promulgaron su expulsión temporal para confiscar sus bienes. Se convirtió en algo relativamente fácil de hacer, dado que diversos concilios, como el de Letrán o el de Oxford, ambos a principios del siglo XIII, obligaron a los judíos a llevar signos distintivos en la ropa, como un círculo amarillo.
Estas medidas no eran exclusivas de la Europa cristiana. Tras haber sufrido persecución en tiempos de los persas sasánidas (ss. III-VII), los califas Omar y Harum al—Raschid dispusieron que los judíos llevaran un lazo amarillo bien visible. Pese a ello, la tolerancia de los estados musulmanes era mayor, y sus restricciones más laxas, lo que permitió la eclosión de importantes comunidades judías en Damasco, Fez o Bagdad. Pero los buenos tiempos, al menos en el territorio islamico occidental, se esfumaron con la llegada de los fanáticos almorávides y almohades (ss XI y XII), que les persiguieron con saña. Así fue como tuvo lugar un regreso hacia los reinos cristianos hispanos, algo más benevolentes. Sin embargo, en la península ibérica solo hubo tolerancia, y no convivencia, salpicada por algún episodio brillante, como el de la Escuela de Traductores de Toledo durante el reinado de Alfonso X el sabio.
La mortandad de la peste negra a mediados del s. XIV ofreció nuevos argumentos a sus enemigos. Los judíos fueron acusados de envenenar las aguas para acabar con los cristianos, lo que provocó su expulsión definitiva de Francia en 1394, tal como había ocurrido en Inglaterra un siglo antes. No obstante, la Iglesia, con los dominicos al frente, nunca cejó en su empeño de convertirlos. La nueva estrategia utilizada fue la de las disputas, como la célebre de Tortosa, iniciado el s. XV, en la que doctos predicadores, algunos conversos, debatían con los rabinos acerca de la bondad de sus respectivas religiones. Las sesiones solían acabar con la retirada de los judíos ante las coacciones que sufrían. Esto conducía a determinado número de conversiones, más aparentes que reales, ante el saqueo de las juderías por masas enfervorizadas.
Continúa ….......

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